1. Programación emocional y mental: el corazón y la razón
«Nuestra sociedad ha cambiado una vida corta y una muerte rápida, por una vida larga y una muerte lenta. Es preferible una vida de finito número de años en buena salud, a una de «infinito» número de años con mala salud«
Daniel Callahan
El envejecimiento es una etapa natural de la vida, no una enfermedad. Por ello, debemos aceptar esta fase de la vida con actitud positiva y no obsesionarse con programas “antiaging”, como tampoco hacemos en otros ciclos vitales (anti-infancia o anti-adolescencia). Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena (Ingmar Bergman)
Cada vez llegan más personas a la jubilación en muy buenas condiciones de salud, con 20-30 años más de «propina». Somos partidarios de una jubilación flexible, no rígida en cuanto a la edad sino en función de la carga física y mental de la profesión, así como el interés y estado de salud de la persona, ya que cuando alguien lo obligan a jubilarse no hay júbilo alguno (Bayés, 2016).
Enfermamos y nos morimos cada vez más tarde, llegando a ser poli-enfermos en cascada de procesos agudos de enfermedades crónicas que impactan en la capacidad funcional de la persona. Dicho «envejecimiento de la población» supone un problema económico que será mucho mayor cuanta menos independencia tenga el anciano. ¡A un niño le cuesta un año adquirir independencia en su movilidad; a un mayor le cuesta un día adquirir dependencia en su movilidad!«.
Desde antes del nacimiento hasta el momento de dejar esta vida, las personas vivimos influidas por nuestras emociones, sentimientos, creencias y pensamientos: programación emocional y mental. Dicha programación, que puede ser sana e insana, es inconsciente entre el 93-97% y configura el libro de instrucciones interno con el que cada persona se relaciona consigo misma, con los demás y con la vida. Son estos programas emocionales y mentales los que ponen en marcha el “corazón” y la “razón”, respectivamente.
El cerebro, por sí mismo, no diferencia si la información recibida es más o menos sana, sino que guarda e integra la información, siendo la posterior gestión de la persona la que tiene que llevarle a la comprensión y uso de esa programación de la manera más sana y eficaz posible. Pero esto no es fácil ya que, sobre todo en los aspectos emocionales, todavía hoy en día no hay una educación suficientemente desarrollada y no siempre las personas saben entender y gestionar su plano emocional de una manera sana y equilibrada.
Uno de los ámbitos donde más se puede trabajar para un desarrollo saludable de la emocionalidad y la mentalidad es en el de la actividad física y el deporte. Si está bien dirigido y orientado, es un ámbito ideal para la adquisición de programas emocionales y mentales de manera natural, progresiva y que afecta a la eternidad.
Si la programación emocional (corazón) y mental (razón) con que la persona transita su vida es sana, entonces la propia manera de vivirla será más equilibrada, dotando de armonía, serenidad y consciencia al día a día, permitiendo alcanzar una mejor calidad de vida. La educación, la autorrealización, el desarrollo de la consciencia, el disfrute vital, el amor a sí misma y a los demás, unidos a una actividad física sana y equilibrada, pueden favorecer una programación emocional y mental sana, garantía de una vida más satisfactoria, plena y serena.
Una programación emocional sana es aquella que favorece en la persona el desarrollo de su consciencia, acercándose paulatinamente a la serenidad, la libertad, el amor a la vida y dejando atrás los aspectos estresantes, limitantes y temerosos. Esto se logra a través del trabajo interior, dedicando un poco de energía y atención a la escucha de nuestro cuerpo, que nos manda mensajes de forma continuada.
La programación emocional y mental sana a la que se debe aspirar a alcanzar tiene como objetivo mantenerse en un estado sereno y equilibrado, lo que implica una actitud de atención y de acción, tanto interior como exterior. Las emociones, sentimientos, creencias y pensamientos fuera de justa medida (excesos y carencias) llevan al estrés, haciendo que la persona se sienta con menos energía y desactivada. Sin embargo, mantenerse en un estado de equilibrio interior dota de una sensación más energética y sana, con mayor capacidad para vivir con vitalidad. Por eso es tan importante una emocionalidad sana, porque hace que la persona se sienta más activa y serena.
Las personas viven en estados de reacción permanente a cientos de programas emocionales y mentales, a menudo inconscientes, que mediatizan la percepción de la realidad, el procesamiento de la información y las respuestas reactivas, mermando la libertad de la persona para vivir en acción y condicionando que viva en reacción. Esta es una de las razones por las que desarrollar una emocionalidad sana y consciente es beneficioso para todas las personas, porque les permite un grado de libertad y de consciencia mayores a la hora de relacionarse consigo mismas, con los demás y con la vida (Sande, 2019).
2. Características psicoemocionales de los mayores
Las emociones cumplen una tarea esencial en la correcta toma de decisiones y en el proceso de enseñanza/aprendizaje a lo largo del ciclo vital. Desgraciadamente se le ha dado nula importancia a su abordaje desde el sistema educativo que recibieron nuestros mayores, por lo que las carencias emocionales en esta población son muy frecuentes, lo que incide en su salud holística.
Para entender los mapas emocionales más habituales en esta fase de la vida, es necesario entender que durante el envejecimiento la persona atraviesa por diferentes situaciones, agrupadas en cinco crisis (Castillo, M., Delgado, M y Gutiérrez, A.,2008):
1ª: Cambios corporales internos y externos
2ª: Pérdida del papel social y familiar
3ª: Pérdida de personas importantes
4ª: Disminución de la actividad
5ª: Enfrentamiento con la muerte
Tal como indica Ramón Bayés, en su libro “Olvida tu edad” (2016), a nivel emocional es muy importante para la persona mayor las pequeñas muestras sinceras de afecto: las presencias, las palabras oportunas, el respeto, etc. Debemos cambiar el estereotipo de modelo negativo de anciano (tacaño, pelma, quejica, …), que no es una realidad universal, por otro más positivo (tolerante, generoso…).
El Dr. Miquel Vilardell, en su libro “Envejecer bien” (2013), señala que uno de los factores que más condiciona el envejecimiento patológico, además del sedentarismo, es el estrés psicosocial: pesimismo, angustia, ansiedad, soledad, nostalgia, miedos… Si hubiese que destacar una característica emocional de la persona mayor es el miedo a la soledad, que les puede llevar a la depresión o entristecimiento. Existe una necesidad de compañía y comunicación. El aislamiento social y la soledad en la vejez están relacionados con un declive del bienestar tanto físico como mental. Sentirse solo debilita, deprime y entristece; hay, pues, que evitar que se sientan solas estas personas.
3. Ejercicio físico y envejecimiento
El ejercicio físico mejora la autoestima del adulto mayor ya que crea un estado neuroquímico en el que el placer, la excitación y la sensación de reto puede resultar agradable y gratificante, tanto en el plano emocional como en el mental, cuando se realiza de manera sana, con objetivos y procesos adecuados y atractivos para dicha persona. Esta práctica favorece el sentirse bien con uno mismo, el desarrollo de recursos como la capacidad de aprender, conocerse mejor, la capacidad de superarse a uno mismo, de afrontar retos y de aprender de los tropiezos, etc. Quien desarrolla estas cualidades tiene más capacidad de ponerse en valor a sí misma, de pensar que es válida y de sentir que merece respetarse y amarse.
Si esta persona es capaz de mantener una vida activa regularmente, con objetivos progresivos, a través de la participación en actividades que le sean gratas y enriquecedoras, podrá dotarle de sentido y enriquecimiento de su vida, con una serie de retos internos que le permitan y le impulsen a caminar con un rumbo claro, a mantenerse activo en todos los planos. Cuando todo esto sucede en justa medida, las personas se sienten bien consigo mismas y desarrollan un sentimiento de autoestima equilibrado.
Por ello, es importante la frecuencia de práctica de al menos 3 días alternos por semana, ya que ese “subidón” emocional y anímico de estimulación hormonal y neuroquímica permanece en el cuerpo. Dicha perseverancia en la práctica requiere de otro programa emocional básico que es el sentido de la responsabilidad. Este sentimiento tiene que ver con la capacidad de la persona de “responder” de sus acciones, aceptando las consecuencias de sus actos. La responsabilidad potencia, mientras la culpabilidad limita.
El ejercicio físico implica la atención a múltiples factores: cuidado del cuerpo, interacción respetuosa, establecer objetivos, convivencia, etc. Sin duda, es imprescindible examinar el papel del ejercicio para mejorar la adaptación social, poniendo el foco en la prevención y la función más que en el tratamiento de la multienfermedad.
Aunque estamos diseñados para el movimiento, hemos dejado de movernos y aceleramos la enfermedad: 2/3 del gasto sanitario lo hacen los mayores de 65 años. La medicina ha avanzado mucho para prolongar la vida, pero muy poco para dar calidad a los años vividos, lo que nos lleva a la fragilidad y la discapacidad.
Los doctores Pedro Abizanda y Leocadio Rodríguez, en su “Tratado de medicina geriátrica” (2014), indican que el acortamiento de los telómeros[1] está asociado a una menor longevidad. Los telómeros se acortan cada vez que una célula se divide por mitosis. El ejercicio es la principal “píldora” para luchar contra las consecuencias del envejecimiento, ya que previene el acortamiento de los telómeros.
Sin ellos, al igual que el extremo de los cordones de los zapatos, el ADN se deshilacha y la célula se deteriora y muere. Por tanto, la pérdida de los telómeros es uno de los mecanismos del envejecimiento celular, así que, si conseguimos mantenerlos en forma moviéndonos, añadiremos un poco más de salud a los años y unos pocos más años a la vida.
En definitiva, a nivel emocional, el ejercicio físico bien programado y ejecutado en la persona mayor, ayuda a mantener el equilibrio físico y psíquico, aumentando el bienestar, la estabilidad emotiva, la autoestima y la confianza en sí mismo, al tiempo de contribuir a la integración y las relaciones sociales, aspectos fundamentales en esta población.
A través de los programas de ejercicio físico en mayores debemos mejorar su capacidad para valorar, expresar y gestionar de forma eficaz las emociones propias y de los demás, para restablecer su bienestar y salud holística.
Para ello, debemos desarrollar tareas motrices para mejorar las más frecuentes carencias emocionales como:
- Queja permanente
- Impaciencia
- Importancia de lo que piensan/dicen los demás
- Disminución de autoestima
- Pesimismo
- Miedo a la soledad o abandono
Artículo redactado por Jesús Casimiro Andújar, Doctor en Educación Física, Profesor titular en la Universidad de Almería y autor de Actívate la vida